lunes, 28 de noviembre de 2011

CRÓNICA KASABIAN. París 22/11/2011

París, Le Zenith, 22 de noviembre de 2011.

El ambiente está cargado en Le Zentih esta noche. París alberga numerosos espectáculos cada día. A pesar de tener a Jamiroquai sonando a escasos kilómetros, los de Leicestershire arrastran, una vez más, a su marabunta intermitente. Intermitente porque nos tienen acostumbrados a reunir a un público poco exigente y fluctuante. Esta es su noche. En la Ciudad de la Luz. O de las Ratas.

Son las 20:00 de la noche y una tímida cola se deja ver desde las 18:00. Algunos preferimos ponernos hasta la bandera con vino bordelés y aprovechar nuestra compañía vasca para arrastrar nuestros cuerpos destartalados hasta los pies de Pizzorno. Como estaba previsto, suenan The Subways. Estimo unas veinte personas. Kasabian está por llegar. “Rock and Roll Queen”. No podía ser de otra forma. Comienza el espectáculo en la última canción de estos pobres teloneros enemigos de la creatividad y del trabajo duro. La Rubia sabe de lo que hablo.
Se menea y nos menea. ¿Nos hemos vuelto locos? Tal vez. Kasabian está por llegar, me reitero.

Una hora después del cierre de puertas inunda el anfiteatro una espesa luz blanquecina que ilumina los rostros demacrados de los asistentes. ¿Alguien dijo rock and roll? Son las 21:00.

Retumba en la sala un acorde menor sintetizado. Huele a la misma Inglaterra moderna que vio crecer a la vanguardia del sonido europeo a principios de siglo. Todo alcanza otro color y todos los colores toman sonido. Está sonando. Está sonando. Nos están engañando con “Club Foot” porque algunas sonrisas cortan el aura. Sabemos cuál es la realidad y se llama “Days Are Forgotten”. Estos cabrones saben lo que hacen. Lo que parecía muerto tornó a la vida y lo que parecía insípido tomó sabor. Le Zenith se levanta para recibir a sus estrellas y el primer single de su último trabajo nos mezcla a todos con todos. Tom Meighan lucha con su alter ego mirándose a sí mismo en el reflejo de sus gafas. Veinte minutos son suficientes para desnudar su vista y soltar un tímido “Now I can see you”. Lo cierto es que no. Lo cierto es que no ve nada. Por eso es co-líder en Kasabian y porta los valores de los restos de la Generación Beat en sus versos.
La temperatura es extrema en medio del frío seco parisino. Quema el hard rock de “Shoot The Runner” y su puente machacón. Las voces se mezclan. El sonido es perfecto y la electrónica de Pizzorno, impecable. Estos no son los Kasabian de 2009. La voz toma tintes sombríos a mitad de canción y los solos de guitarra nos hacen tiritar. Aunque digo, la temperatura es extrema. Es momento de enamorarse en la Ciudad de las Ratas.

“Velociraptor!”, el quinto tema del álbum al que da nombre, prosigue a los disparos y a los corredores y todos volamos y Ian Matthews percuta impecable sobre su humilde herramienta de trabajo. Técnica, credibilidad y saber estar son las palabras que merece en este punto del espectáculo. La llamada a la psicodelia se ha hecho realidad una vez más. Son las 21:20. Todos lo esperamos y ellos responden. Vibra “Underdog” y Sergio vuelve a incrustar su trayectoria sonora en nuestros cerebros. No sé si aquí nos va más rápido la cabeza o el corazón. Están limpiando su nombre y haciendo honores a las críticas positivas que les han ayudado a continuar. Son pocas. Y es normal. Y justo, también. Pero acaban de interpretar la canción que mejor los define y, sí, Meighan se ha quitado las gafas. Quiere ver a su público y se muestra agradecido. Ha aprendido también a interpretar el cortés “merci beacoup” de la sociedad gala. Esto es lo mejor después de 1789. Pero la sangre es sudor. La mitad de los asistentes están semidesnudos y ahí arriba lucen chaquetas de más de cien euros, bien puestas y bailonas, sobre caderas rockandrolleras que saben, mejor que nadie, lo que significa rodar en este oficio.

Se hace la luz entre el sonido intrincado que responde a la bandera de la banda con el bajo percutivo de Edwards. Es muy bueno. “Where Did All The Love Go?”. Todos los asistentes tararean algo cercano a la letra reivindicativa que les dio el número 30 en Reino Unido hace escasos dos años. La música sigue su rumbo, Meighan saca a relucir su pandereta. Le encanta. Y a nosotros, también. “In this social chaos/there’s violence in the air/gotta keep your wits about you/be careful not to stare” son las líneas que marcan el punto de inflexión acústico del concierto, aderezado ya con un fuerte componente político. Éste alza su puño izquierdo. ¿Se le habrá olvidado que está en la nación que nutrió a las corrientes liberales inglesas de política fáctica, de política real? El público no responde. Sólo quiere encumbrar el alma colectiva a los niveles más altos del escepticismo sonoro. Dicho, y hecho.
Vienen “I.D” y “I Hear Voices”. Es un buen momento para hacer comparativa y analizar la calidad de las arrugas de la banda. Juzguen ustedes mismos en sus casas. Siete años de crecimiento. Nos gusta el resultado. El tono pálido del juego de luces del comienzo ha pasado a ser un epíteto de la temperatura y ahora el rojo rallado deja entrever a Sergio reposar su guitarra (una de ellas; ya ha sacado cinco diferentes) para coger su acústica. Esto tiene un nombre y se llama “Thick As Thieves”. Retumba un Mi menor en Le Zenith. Uña y carne, así se empasta un buen directo. Y ellos lo están consiguiendo.

“Take Aim” queda ejecutado con precisión y, su sonido encrudecido, se me hace más una coda que una introducción. Esa guitarra merece los aplausos de toda esta sala. Algunas aplauden con sus senos. Me he despistado unos segundos. Pero no puedo parar de bailar. “Oh take aim now/oh take aim now!” Nuestros esqueletos están preparados para la batalla. Ahora sí, “Club Foot”. Volvemos al minuto cero. Potencia. Ruido. Gritos. Berridos. El primer éxito del grupo convierte el anfiteatro en un festival de carne y flujos. ¿Vamos a explotar? Sin duda, sí. Los coros los hace el público. Es un honor.

Aunque no oigo los primeros nueve segundos de fatiga compositiva en “Re-wired”, noto ya el bajón que necesitan algunos asistentes. Cumplen con su trabajo. Nos llevan a las aristas del rythm and blues y gemimos todos en cada estribillo. Los micros se han acoplado dos veces durante unos segundos. Despidan a ese técnico de sonido. Pizzorno mira sus manos. Todos miramos sus manos. El viento metal nos golpea las sienes. Algunos ya han caído. “Empire” es un buen arma contra eso. Destaco el juego de percusiones, impecable como en estudio. De nuevo Matthews merece todos nuestros respetos. Yo por dentro le hago la ola. Ellas están embobadas con Tom, que ha empezado a trincarse al viento, o como se llame el azufre que estamos respirando. Necesitamos respirar hondo. La luz adquiere tonos verdes y esa atmósfera en que se cultiva el siguiente tema reposa sobre nuestras retinas ahora. Si Oasis suena a The Beatles y Kasabian suena a los de Manchester, el plato está servido: “La Fee Verte” trasforma la soberbia en apaciguamiento. La velocidad reposa ahora en la goma de nuestros zapatos. Efectivamente, todos vamos puestos de ácido y no lo sabemos. Lucy se deja ver y a los dos minutos siguientes todos danzamos alrededor de un cielo de diamantes. Verde oscuro o verde claro. Pero Verde.

“Processed Beats” no cuaja en el ambiente y la escucha se ha vuelto palabras. La gente quiere la siguiente, pero ellos se lo pasan mejor que en ninguna otra. Aquí es donde se palpa el trabajo interno de una banda. La influencia de Karloff es feroz. Ascienden de nuevo, cronológicamente, y vuelven a sumergirnos en las aguas más kasabianas con “Fast Fuse”. Para algunos, el concierto empieza a ser pesado. Para otros, es ahora el momento de observación de maduración en términos de interpretación. La voz sigue intacta, como al principio. Los redobles de Ian estás calientes, intangibles. Los más críticos estamos comiéndonos la garganta. Caen…, y vuelven a subir como la espuma. Suena a martillazos. Esto sí es rock alternativo. Viene Dick Dale. El mísimo Dick Dale, y, como no podía ser de otra forma, empieza en Mi. De nuevo. Suena “Miserlou”, una versión atrevida y fuera de contexto pero que consigue reenganchar a los que habían volcado. Todo vuelve a su sitio. Los reyes se coronan. No paran los aplausos. Yo estoy muy cachondo.

Todos lo estamos. ¿Puede haber un tema más acertado que “Goodbye Kiss”? No. Nuestros deseos se hacen realidad y el concierto alcanza el vértice melódico que algunos esperábamos. No se ve ningún mechero. Pero nos sobran las ganas de seguir con esto. Algunos lloran por dentro, otros se mueren de humor y en todas las caras iluminadas por lo artificial de la noche se ve comodidad. Esto no puede terminar así y acierto en mis predicciones. Tom pregunta que si sabemos cómo se llama lo que suena. Van a hablar de prostitutas polifónicas. Van a cerrar, ahora sí, con “Lost Soul Forever”. Todo el componente rítmico que ha marcado la evolución del directo queda ahora roto con los bailes del público. Estamos volviéndonos locos. Están cerrando como auténticos mesías. Lo están haciendo para regresar a tocar lo que todo el mundo quiere oír, pero aún no lo sabemos.

Después de un rápido lapsus de oscuridad tras la coda del tema carcelero, todas las gradas se levantan para recibir lo que hace falta: una dosis de fuego. “Fire” nos quema, “Fire” nos golpea, “Fire” nos mueve, “Fire” arde en nuestras tráqueas y Meighan canta el ya asentado relleno del estribillo –desde Glastonbury en 2009- que afirma su creencia en lo que hace. “Lo sé, lo siento, lo quiero, tan real…”.

“Real”, la última palabra para un concierto que reafirma el status de un grupo sólido y trabajador. Pizzorno ha cogido unas maracas negras, Tom lo acompaña a capella, se despiden frenéticamente versionando “Michelle”. Tiran por la borda parte de la desembocadura del directo, pero nos hemos quedado muy a gusto. Resuenan en nuestras conciencias como reposa en nuestras retinas la llama que los mantiene vivos. Kasabian no ha fallado como otras veces. Kasabian ha demostrado.

Kasabian nos ha follado.

Una Crónica de Francisco García Castellano.

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